Me encantan las historias bíblicas con un mensaje oculto. Cuando lo descubro, arroja nueva luz sobre mi propia vida. Una de mis historias favoritas está en el capítulo 5 del Evangelio según San Juan. Es la historia de la visita de Jesús a un lugar donde se encontraban centenares de personas, enfermas, ciegas, cojas y paralíticas. Estaban en Betesda, un estanque en Jerusalén, cerca de lo que se conocía como la puerta de las ovejas. Esas personas estaban acostadas alrededor del estanque en espera de la sanidad. Se suponía que el agua sería agitada y el primero que entrara en el estanque sería sanado.
Médico de los enfermos
Una de los detalles que me encantan de esta historia es que Jesús permaneció callado largo tiempo. Lo conocían por sus milagros, sus sanidades y su enseñanza radical. Él podía haber estado en cualquier otra parte hablando con cualquier persona en el planeta, gracias a su fama y al hecho de que él era Dios en forma humana. Tenía absoluto acceso al todopoderoso. No obstante, en lugar de acompañar a quienes estaban en la cima, escogió el estanque con los desposeídos, que esperaban un movimiento milagroso en el agua.
Puedo, apenas, imaginarme el espectáculo de aquellos desesperados, con heridas supurantes y cuerpos atrofiados. Los sonidos de quienes se quejaban de dolor y gritaban en agonía debe de haberlo convertido en el peor lugar para visitar. El olor a carne podrida y a enfermedad es probable que provocara el vómito en muchas personas, pero Jesús decidió estar allí. Me encanta eso del Señor.
Vida postergada
Cristo se acercó a uno de los enfermos que estaba acostado junto al estanque aquel día. Ese no era un hombre que hubiera oído de este lugar sanador y que viajara de una ciudad remota en busca de una sanidad instantánea. Este hombre era residente permanente de la comunidad que rodeaba tan afamado sitio; había estado allí treinta y ocho años. ¿Puede imaginarse la desesperación de una vida no vivida, no invertida, acostado junto a un estanque que nunca proveía sanidad? Treinta y ocho años perdidos en busca de algo que nunca sucedió mientras trataba lo mismo una y otra vez sin obtener, en absoluto, resultado alguno.
Entonces, aquel dichoso día, Jesús fue directamente a su lecho y le formuló una asombrosa pregunta que quiero planteársela a usted. Jesús no lo sanó, simplemente. No dio por sentado que el hombre deseara ser sanado después de haber pasado treinta y ocho años como inválido. En vez de eso, Jesús le preguntó: «¿Quieres ser sano?»
Ser o no ser
El hombre podía optar por aceptar o no ser sanado. Tenía que desearlo en su voluntad. Pudo haber decidido seguir sin sanidad para siempre y sostener algunas razones para ello. Pudo haber querido seguir sin ser sanado para poder permanecer acostado allí, pues pudiera haber estado acostumbrado a pedir y sabía que le resultaría más fácil con un grave problema de salud.
Pudo haberse sentido cómodo en su papel de marginado social. Pudo haber usado su enfermedad para apartarse del mundo y de otras presiones de la vida. Existen muchas razones por las que no hubiera querido la sanidad, aunque el Señor estuviera ofreciéndosela.
Jesús se tomó el tiempo para preguntarle si quería ser sano en vez de acercársele y sanarlo allí mismo.
El peso de la enfermedad
Preguntarle a un hombre que ha permanecido enfermo por treinta y ocho años si quiere ser sano no es nada extraño. A través de los años, he trabajado con muchas personas que pudieran haber experimentado la sanidad pero la rechazaron. Si Jesús les hubiera preguntado si querían ser sanos, hubieran respondido que no. Algunos de ellos siguieron con sobrepeso, porque esa condición les ofrecía algunos beneficios que no querían perder. Prefirieron la obesidad a la salud, porque les gustaba la invisibilidad; nadie les prestaba atención por ser gordos. Nadie hablaba con ellos ni les mostraba interés y eso les permitía sentirse cómodos y seguros.
Otros optaron por seguir siendo gordos, porque eso los protegía. Habían sufrido abusos deshonestos cuando eran niños, así que el ser gordos los resguardaba de convertirse en objeto del deseo de alguien. O por la falta de fuerza interior para establecer barreras en las relaciones, su peso les ofrecía una frontera portátil que pocos se atreverían a cruzar. En realidad, su peso no era una frontera, sino un muro protector, de modo que por eso optaban por seguir siendo gordos. Los beneficios para ellos eran demasiados como para preferir la senda de la sanidad.
Miedo al cambio
Conozco a adictos sexuales que han rechazado ser sanos. Sabían que estaban enfermos. Sabían que habían destruido su carácter, su dignidad, sus matrimonios, sus empleos, su relación con Dios e, incluso, su salud. Sabían todo eso, pero decidieron aferrarse a su enfermedad. Se negaron a tomar las decisiones que los viciosos sexuales toman cuando optan por ser sanados y sentirse bien. La intensidad y la relación con el vicio continuó siendo un atractivo más fuerte que la esperanza de la intimidad auténtica y una relación basada en el amor, así que decidieron seguir enfermos.
He hablado con esposas de alcohólicos que se negaron a ser sanadas. Estas mujeres estructuraron su vida alrededor del alcoholismo de su esposo y vivían en reacción a las acciones de él y a cuán mal se comportaba. No tenían vida propia, sino la vida de encubrir a su hombre enfermo. Esas bienintencionadas mártires sostenían a su alcohólico dándole el trago y se mantenían a sí mismas al margen de la vida, mientras trataban de controlar lo incontrolable. Se perdieron y se negaron a tomar algunas decisiones sanadoras que podrían haberlas llevado de vuelta a la vida que Dios había diseñado para ellas. Decidieron seguir siendo las mismas.
Optaron por permanecer en sus lechos, en el estanque de la compasión de sí mismas y en su vergüenza, en vez de levantarse y andar por la senda de la sanidad.
Conozco a mujeres que fueron cruelmente maltratadas cuando eran niñas...Ellas decidieron seguir aferradas a la amargura y se negaron a ser sanadas Conozco a mujeres que fueron cruelmente maltratadas cuando eran niñas. Conozco a mujeres que repetidas veces fueron violadas por sus padres y guardaron silencio durante años. El abuso fue horrible y su enojo y su amargura estaban justificados. No querían separarse de esos sentimientos y nadie las culpaba, pero, años después, aún seguían afectadas por el agravio.
No estaban dispuestas a dar los pasos hacia la sanidad para que ese abuso se volviera solo parte de su vida, no el factor dominante. Ellas decidieron seguir aferradas a la amargura y se negaron a ser sanadas y, así, el abusador, sin estar con ellas, siguió influyendo en su vida y las mantuvo estancadas. Aunque les haya parecido imposible, bien pudieron haber hallado la sanidad. Usted pudiera ser una de esas personas que ha optado por seguir en su actual condición en vez de ser sanada. Pero ahora está leyendo este artículo que pudiera llevarla por una senda distinta. Hoy es un día diferente para usted.
Tomar el paso
Usted es una persona interesada en arriesgarse a llevar una vida diferente. Quiere saber qué y cómo hacerlo o, al menos, siente la curiosidad por saber si alguien pudiera brindarle alguna esperanza.
Me alegro de que haya escogido comenzar a dar los pasos hacia la sanidad. Estoy seguro de que, si eso es lo que usted desea, va a experimentar algún nivel de sanidad como fruto de su decisión de buscar un cambio. Su sanidad pudiera ser física, o emocional o, quizás, hasta espiritual. No sé lo que Dios guarda para usted, pero sí estoy convencido de que el Señor desea, ardientemente, intervenir en su vida.
Cuando Jesús se encontró con el hombre en el estanque de Betesda, le preguntó si quería ser sano. Afortunadamente, el hombre sí deseaba la sanidad y cuando Jesús le ordenó que tomara su lecho y anduviera, lo hizo. Fue sanado después de treinta y ocho años. ¿Cuánto tiempo lleva usted?
No sé cuánto tiempo ha luchado usted, pero sé lo siguiente: es tiempo de que recoja su lecho y ande, o recoja su lecho y llore, o recoja su lecho y vaya a una reunión, o recoja su lecho y tome su medicina, o recoja su lecho y ayude a otra persona o recoja su lecho y pronuncie una sencilla oración de entrega para tomar la senda hacia la sanidad. Es tiempo de que recoja su vida y experimente todo lo que Dios ha guardado para usted.