Del mismo modo, nuestros arrebatos impulsivos y alocados deben ser domados, si queremos vivir bajo el señorío de Cristo. A fin de alcanzar esa meta, es necesario que nos unamos a él, que seamos atados a él con un mismo yugo, para que lentamente nos contagiemos del espíritu que gobierna todo Su actuar. Él mismo se describe como una persona mansa y de corazón humilde.
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